viernes, 29 de abril de 2016

La Escena del Crimen - Relato de terror



LA ESCENA DEL CRIMEN


El agua de la piscina se había teñido de rojo en torno al cadáver de la mujer, que había aparecido desnuda, y flotando boca abajo.

Un ligero viento que hizo mover el agua, se había levantado. Pequeñas olas y ondas se pusieron en movimiento, haciendo que el cuerpo inerte de la mujer se meciese de forma tétrica y siniestra entre dos aguas, como si fuese una boya humana.

El cuerpo lo había encontrado la limpiadora, que acompañada de la cocinera, habían ido a las nueve de la mañana abriendo con sus propias llaves, a cumplir con su trabajo habitual en la moderna mansión situada a las afueras de Londres. Distante a tan sólo seis kilómetros del aeropuerto de Heathrow.

La gran mansión, con más de cuatrocientos metros cuadrados y con veintidós habitaciones, disponía también de una gran piscina de dimensiones olímpicas, toda ella rodeada de un bien cuidado césped. El cadáver flotaba entre dos aguas, cercano al borde de la puerta de entrada del recinto, y tenía un profundo corte en el cuello.

Clara, la limpiadora, una joven panameña de tan sólo veintidós años, gritó como una poseída al comprobar que la mujer asesinada era su jefa, la joven dueña de la mansión.

Fue corriendo hasta la cocina donde su compañera, la cocinera, una mujer dominicana que rondaba los cuarenta años, estaba trajinando con las ollas, las cazuelas y demás utensilios de cocina. No en vano tenía que preparar una comida con varios platos para cuatro personas, y dejar preparada la cena en el frigorífico para que se la calentaran por la noche.

-¡Gloria, Gloria, han asesinado a la señora! ¡Ven a verla, está en la piscina! -le dijo dando grandes gritos.

-¿Pero qué dices? ¡Cálmate! -le contestó la gruesa cocinera de raza negra.

-¡Sí, Gloria, la han matado! -le dijo Clara, la bonita y menuda panameña, al tiempo que la cogía de la mano y tiraba de ella en dirección a la piscina.

Poco después llamaron a Scotland Yard. Apenas quince minutos más tarde, Clarence MacGalland, el Inspector Jefe se presentó en la extensa finca acompañada de dos jóvenes, pero ya experimentados agentes. Mientras las empleadas domésticas los acompañaban hasta la gran piscina, llegó una furgoneta blanca de la policía científica con varios técnicos forenses.

Antes de sacar el cadáver del agua le hicieron varias fotografías. Beverly Wilson, la que en vida había sido una gran belleza de largos cabellos rubios y de ojazos azules, flotaba tristemente, lánguidamente, en las enturbiadas aguas de la piscina, que habían tomado un color rojizo alrededor de su esbelto y desnudo cuerpo.

Seguidamente, uno de los técnicos se enfundó en un traje de buceo, se sumergió en la piscina y acercó el cuerpo hasta el borde, donde la bella mujer asesinada, que aún no había cumplido los treinta años de edad, y que trágicamente ya nunca cumpliría, fue asida por los pies y por debajo de los hombros por dos miembros de la policía científica para sacarla del agua y colocarla en tierra firme, sobre el corto y bien cuidado césped.

A continuación, el buzo se sumergió varias veces hasta el fondo recorriendo la piscina, y saliendo varias veces para tomar aire, con el objetivo de observar si había elementos u objetos que pudieran pertenecer a la víctima o que pudieran estar relacionados con el crimen.

No encontró nada, por lo que al cabo de diez minutos salió del agua. Hubiera supuesto tener mucha suerte encontrar en el fondo de la piscina el arma del crimen, ello hubiera podido conducir hasta el autor de tan terrible asesinato; pero no fue así.

En contadas ocasiones ocurría ésto, sobre todo en los casos de crímenes pasionales fruto de un loco impulso en los que solían intervenir los celos o la venganza, y que muchas veces no habían sido planificados con antelación. Por ese motivo los investigadores policiales y los patólogos forenses no debían descartar nada a priori, y debían ser muy detallistas y cuidadosos en la observación y el análisis de la escena del crimen, y durante todo el proceso de investigación.

Para conservar posibles vestigios, al cadáver de la hermosa mujer poseedora de una larga melena rubia que le cubría hasta casi la mitad de la espalda, se le colocaron sendas bolsas de papel en las finas y pequeñas manos.

Posteriormente, fue introducida en una gran bolsa negra, y luego colocada sobre una camilla plegable para trasladarla hasta la furgoneta, que la llevaría a la morgue.

© Francisco R. Delgado

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